El acceso a Internet se ha convertido en una condición mínima para ejercer derechos fundamentales como la educación, la información, la salud y la participación política. En México, sin embargo, la conectividad aún es privilegio de unos cuantos.
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Pese a que la reforma constitucional de 2013 reconoce el acceso a Internet como un derecho en México (Art. 6º), su cumplimiento efectivo es aún deficiente. Según la Encuesta Nacional sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de la Información en los Hogares (ENDUTIH 2023), casi 20 millones de personas no tienen acceso a Internet, y más del 30% de los hogares rurales siguen desconectados. El problema es más grave entre poblaciones jóvenes en comunidades marginadas, donde la conectividad depende de la ubicación geográfica, la infraestructura, el nivel socioeconómico y el idioma.
El rezago digital no es únicamente una carencia tecnológica: representa un mecanismo activo de exclusión. La falta de conexión limita el acceso a plataformas educativas, impide la participación en actividades culturales, restringe el acceso a información pública y servicios gubernamentales, y deja a millones de jóvenes fuera del circuito de oportunidades. La OCDE ha advertido que en México la desigualdad digital reproduce otras brechas estructurales como la pobreza, el rezago educativo y la discriminación étnica.
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Niño realiza su tarea en la calle por falta de luz. - Fuente: El Imparcial de Oaxaca. |
Un análisis del Instituto Federal de Telecomunicaciones (IFT) revela que las comunidades indígenas, especialmente en estados como Oaxaca, Chiapas y Guerrero, presentan niveles de conectividad hasta tres veces menores que las zonas urbanas. Esta situación se relaciona con un modelo de mercado que considera “no rentables” a estas regiones, y con la falta de políticas públicas efectivas que privilegien el bienestar sobre el beneficio económico.
Educación remota: espejo de una desconexión estructural
Durante la pandemia de COVID-19, el acceso a Internet se convirtió en el único puente entre millones de estudiantes y el sistema educativo. Sin embargo, esa transición reveló las profundas fracturas del país. El programa “Aprende en Casa”, implementado por la Secretaría de Educación Pública, se apoyó en plataformas digitales y televisión abierta para continuar las clases. Pero más de 5.2 millones de estudiantes abandonaron la escuela entre 2020 y 2021, según datos de la SEP y UNICEF. La mayoría pertenecía a comunidades rurales, indígenas o en condiciones de vulnerabilidad.
En muchos casos, la imposibilidad de conectarse derivó en el rezago escolar o el abandono definitivo. No se trató solo de falta de dispositivos, sino de una combinación de factores: hogares sin electricidad constante, zonas sin cobertura, falta de habilidades digitales en estudiantes y docentes, o la necesidad de priorizar el trabajo sobre la escuela para contribuir a la economía familiar.
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Durante la pandemia, se impartieron varias clases virtuales. - Fuente: Banco Mundial. |
Un estudio de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) mostró que, en México, los alumnos sin acceso regular a Internet perdieron entre dos y cinco años de aprendizaje acumulado. Y más allá de las cifras, está el impacto emocional, psicológico y social: adolescentes que se sintieron desconectados del mundo, desmotivados y sin herramientas para continuar su formación.
Aunque la pandemia pasó, las consecuencias siguen presentes. Muchos de esos jóvenes no han regresado a la escuela, y quienes lo hicieron cargan con un déficit difícil de recuperar. El acceso desigual a Internet se ha convertido así en un determinante estructural de la desigualdad educativa, además del efecto emocional que esto causa en las y los estudiantes que han sufrido este rezago.
Alternativas comunitarias frente a la indiferencia institucional
Frente a la inacción de las grandes empresas y la lentitud del Estado, han surgido alternativas desde las propias comunidades. Organizaciones como Telecomunicaciones Indígenas Comunitarias A.C. (TIC A.C.) y Rhizomatica han impulsado redes comunitarias de telefonía e Internet en zonas como la Sierra Mixe, la Montaña de Guerrero o la Sierra Norte de Puebla. Estas redes se basan en principios de soberanía tecnológica, autogestión y tarifas accesibles.
Uno de los casos más representativos es el de Villa Talea de Castro, en Oaxaca, una comunidad que creó su propia red de telefonía celular en 2013 y hoy cuenta con servicios de Internet gestionados de manera local. Este modelo ha sido reconocido por organismos como la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT) y ha demostrado ser técnicamente viable y socialmente justo.
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Villa de Talca, Oaxaca. - Fuente: Xataka. |
Sin embargo, estas experiencias siguen siendo marginales. A pesar de su éxito, no han sido replicadas de manera masiva ni reciben apoyo sistemático por parte del gobierno. El programa federal “Internet para el Bienestar” ha tenido avances limitados y enfrenta críticas por su falta de transparencia y planeación.
Para expertos como Ernesto Piedras, director general de The Competitive Intelligence Unit y especialista en telecomunicaciones, “la conectividad no es un lujo, es una condición mínima para el desarrollo personal, económico y democrático. Cada mexicano sin acceso a Internet representa un ciudadano incompleto” (Piedras, 2018). De esta forma vemos cómo la brecha digital no sólo limita el acceso a la información, sino que también profundiza las desigualdades sociales, al dejar fuera del ecosistema digital a millones de jóvenes mexicanos que podrían estar ejerciendo plenamente sus derechos a la educación, la participación y el desarrollo económico.
El aprendizaje: ¿con qué nos quedamos?
Hablar del Internet en la juventud mexicana no es sencillo, porque para muchos de nosotros ya no es una herramienta externa, sino una extensión de nuestra vida diaria. A lo largo de este reportaje, nos quedó claro que el Internet no es neutro: moldea nuestras formas de aprender, de amar, de informarnos y de imaginar el futuro. También amplifica las desigualdades y crea nuevas formas de exclusión, sobre todo para quienes no tienen acceso o formación digital adecuada.
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Hoy en día, el Internet es una extensión en nuestras vidas. - Fuente: MyPress |
Nos hemos dado cuenta de que he crecido de la mano de la red. Muchas de mis amistades, aprendizajes y pasiones han surgido ahí. Pero también he sentido el peso de la inmediatez, la sobreexposición y la fatiga digital. Esta investigación nos ayudó a mirar con más claridad esas contradicciones, a dejar de romantizar la conectividad y empezar a cuestionar desde lo que vivimos como jóvenes en México.
No se trata de rechazar la tecnología, sino de pensar cómo queremos habitarla. De usarla para construir espacios donde podamos expresarnos, equivocarnos y cuidarnos. Porque al final, el verdadero reto no es apagar el WiFi, sino reconectar con una forma más consciente y colectiva de estar presentes en el mundo digital.
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